Se sentó, se relajó y simplemente, observó.

Desde la lejanía de su mundo, observaba otro nuevo, distante y cercano a la vez; oscuro y brillante al mismo tiempo. Contrapuestos pero iguales.

No podía entender cómo eso podía suceder, y sin embargo, así acaecía. Esta, era su realidad, su día a día, con sus luces, sus sombras, sus risas y sus llantos, todo unido en una misma vida.

Un crisol de emociones: dulces, amargas, divertidas… y todas ellas componían su única melodía.

Una melodía, diferente de la que, a lo lejos escuchaba. Reconocía esas diversas notas, pero no los podía interiorizar en su propia armonía, pues simplemente, Daniela, no vivía en este presente, ni en este mundo siquiera, era un volátil ser, y por lo tanto, su forma de amar, de pensar y de ver la realidad correspondían a esa hermosa fragilidad.

En su mundo, no existían ni los estrepitosos reproches, ni los silenciosos halagos, simplemente se componía de variados y diferentes matices, con los que componía su propia melodía.

Y quizá, puede que sea este el motivo, por el que Daniela, se encuentra sentada en su ventana, observando una melodía lejana.


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